A veces me descubro, reconozco que mucho menos a menudo de lo que me gustaría, observando la obra de un fotógrafo (léase cualquier otra disciplina artística) y pensando: «me encantaría ser como él (ella)«. Me encantaría tener su habilidad para mirar al mundo con esos ojos, retratarlo con esa habilidad, inmortalizar esos detalles que pueden parecer ridículos a ojos de casi cualquier otra persona pero que, en realidad, esconden la magia de todo. De todo. Es como cuando lees a un escritor y, de repente, en una frase te cautiva para siempre. Sabes que pase lo que pase en el resto del libro, en toda su bibliografía entera – si quieres -, esas palabras que sólo él o ella podía hilvanar de aquella forma te han cambiado por dentro. Forma parte de cómo nos transforma la cultura, forma parte de la magia del primer segundo que le dedicas a alguien. A algo. Los detalles, las pequeñas cosas. Lo cambian todo.

Y, tras toda esta parrafada, sé que vas a esperar mucho del artista de hoy, Lo imagino, Y en realidad es perfectamente posible que lo veas, como lo es que creas que he perdido el norte. Me creo ambas cosas. Porque la galería de hoy, esta fantástica y fabulosa galería del fotógrafo norteamericano Ben Geier es una de esas pequeñas maravillas que tiran de nostalgia para llevarte de paseo por lugares en los que, tal vez, no has estado nunca pero que te resultan totalmente familiares. Como si formaran parte de tu vida. Como si hubieras estado ahí, porque en realidad han estado ahí siempre, en películas, en imágenes, en retratos infinitos desde que eras una niña o un niño.

Pero nunca lo habías mirado así. No hasta hoy. Carteles de neón, sí. Puede parecer simple. Pero, recuerda, nada lo es.