El arte es curioso y caprichoso. Cuesta saber cuáles son sus límites, si es que los tiene, qué es aquello que queda fuera de la categoría o lo que pasa a formar parte, por méritos propios, de la más preciada de las exposiciones o del más lujoso de los catálogos, a veces de un día para otro. Forma parte de su encanto, de su magia, forma parte de aquello que lo convierte en una experiencia única para cada persona. Intransferible. Como lo son las propias emociones. Por eso, hoy, me ha llamado la atención este proyecto de GRID, una compañía que ha decidido reciclar (no sé si es la palabra más apropiada) antiguos dispositivos tecnológicos (vetustos, la gran mayoría) dándoles una nueva vida como cuadros. Sí, literalmente puedes tener tus viejas Blackberry (reconócelo, eres un sentimental) colgando de los muros de tu comedor.
Y, te lo creas o no, la gente se va a detener a mirarlos, a contemplar esos cuadros, porque de la forma en la que deconstruyen, esos elementos neovintage se convierten en pequeñas narrativas de su (tu) propia vida, de su (tu) propio pasado. Se sentirán movidos. Se sentirán inquietos. Recordarán aquellos mensajes, aquellas primeras fotografías, la emoción del primer tweet desde la aplicación para BB de twitter… porque todos tenemos un pasado.
Honestamente, he de reconocer que esta idea me ha fascinado. Y, sí, me los imagino en mi comedor.














